Admiro a la súper mamá Americana que tiene el privilegio de pasar todo el día en casa con sus hijos pero encima hace un trabajo excelente. Les enseña a todos en casa (aunque tenga más de 5 hijos!), hace manualidades extraordinarias, lee libros y llena cada hueco del día con una actividad. No sé como lo hace, pero no quiero asumir que le sale solo. Un día decidió que iba a invertir en la vida de sus hijos y dejar a un lado cualquier distracción.
Mi lucha es la siguiente: cómo hacer eso si paso 40 horas de la semana fuera de casa? Mis emociones son como un trampolín. Tan pronto como estoy arriba, la gravedad me empuja hacia abajo. Me siento culpable por no poder estar con ellos y enseñarles cositas y llevarles a sitios durante el día. La de cosas que haría si no estuviera en frente de un ordenador (que le tengo asco) todo el día. Fuera del trabajo no quiero ni tocarlo. A veces, hasta me siento esclava. Aunque pueda llegar a estar con ellos algún día, los años perdidos no me los devuelve nadie. Lo que más temo es arrepentirme. Natán ya es TAN mayor. Le sigo advirtiendo que si sigue creciendo voy a tener que mandarle al país de nunca jamás. Siempre consigo hacerle reír con eso.
La realidad es que soy responsable por las pocas horas del día que me quedan con ellos. Cómo las provecho, qué hago en mi tiempo libre, recojo los platos o juego con Natán… son tan preciosos y crecen tan rápido. Quiero que cada minuto valga y que aunque no esté con ellos cada hora del día, que nunca piensen que “no tengo tiempo” para ellos.